La entrada de hoy está relacionada con algo que ya conocéis: mi continua disconformindad, por no decir cabreo, al ver en los medios de comunicación, en las redes sociales y básicamente en todas partes a los típicos chicos y chicas con Síndrome de Down, preciosos, bonitos y encantadores como símbolos de las personas con discapacidad intelectual.
Cabe decir que es cierto que es una de las afecciones más comunes en el colectivo, pero no son ni mucho menos los únicos y tampoco son todos preciosos, bonitos y encantadores. Son personas sin más, hacer afirmaciones del tipo "es que son todos muy cariñosos" o "que buenos son todos estos niños" es como decir que todas las rubias son tontas o que todos los tíos somos unos cerdos machistas, ¿a que no es así?
Bien, dicho esto, voy a poner como ejemplo la historia que viví en el primer campamento de verano, en 2007, con uno de mis chicos. Llevaba un grupo de 5, uno de ellos en silla de ruedas y el resto más o menos autónomos, aunque necesitasen alguna ayuda para cosas concretas. Uno de estos chicos era P.R. un chico con Síndrome de Down muy extrovertido, bastante majo y cariñoso de primeras y con una barriga enorme que le encantaba enseñar a la menor ocasión.
Lo primero que os diré es que cuando P.R. se enteró de que su monitor para la primera semana de campamento era un chico y no una chica no le hizo ninguna gracia y así me lo hizo saber, una forma no muy buena de empezar una relación la que nos vamos a pasar 24 horas al día juntos. Aunque no le di mayor importancia porque pensé que en el fondo le daría un poco igual, ya que en el campamento estamos todos con todos y podría relacionarse libremente con monitores, monitoras y compañeros por igual.
El primer día todo fue más o menos bien, con algunos mohínes y algunas llamadas de atención, pero nada fuera de lo normal en un primer día de campamento, conocerse y amoldarse unos a otros tiene su proceso. Sin embargo según pasaban los días lejos de ir las cosas a mejor iban un poco a peor, nunca estaba conmigo, se escapaba continuamente a las habitaciones donde había monitoras y me hacía desprecios verbales a menudo. A mí como comprenderéis no me hacía esto ninguna gracia.
Hubo un momento que sería el tercer o cuarto día que la situación terminó de enfadarme de verdad. Después de la siesta P.R. me dijo que le dolía la tripa bastante, que tenía gases. A todo esto, su madre me había dicho que P.R. jamás se quejaba de dolores si no le dolía muchísimo de verdad. Así que me asusté un poco y fui a buscar a la enfermera, ésta le miró me dijo que no notaba nada raro y que seguramente serían gases que le diera una manzanilla, le dejase descansar y estuviera atento por si la cosa empeoraba.
Y así hice, estuve toda la tarde súper pendiente de él y la situación me empezó a mosquear cuando cada vez que iba a verle a ver qué tal estaba me decía que llamase a alguna monitora para que fuera a verle. Entonces decidí hacer la prueba del algodón. A P.R. le gustaba comer, le gustaba muchísimo comer y uno de sus platos favoritos eran los macarrones con tomate.
En un momento dado, una de las 100 millones de veces que fui a verle le dije que era una pena que estuviese malo de la tripa porque por la noche había pasta con tomate, pero que como llevaba tan pachucho toda la tarde que iba a pedirle un poco de pescado hervido con arroz blanco sin nada más. Y así, milagrosamente, cuando me iba a ir a la cocina a pedirle la dieta blanda al cocinero, P.R. empezó a encontrarse muchísimo mejor. Es más, se levantó de la cama, de la cual no se había movido en toda la tarde y se vino detrás mío a decirme que se encontraba mejor y que iba al baño a ver si soltaba gases y que creía que así iba a poder cenar sin que me tomase la molestia de pedir otro plato distinto...
En ese momento me cabreé bastante lo tengo que reconocer, llevaba varios días aguantando bastantes feos y esa tarde con la idea de que estaba malo le había estando mimando como una madre y dándole todos los caprichitos que quería. En el momento que me dijo todo eso me di cuenta de que me había estado vacilando toda la tarde. Así que se lo pregunté, le pregunté si en realidad no le había dolido la tripa y solo le apetecía quedarse en la cama porque estaba cansado o le apetecía alargar la siesta.
Tras bastante rato de conversación calmada pero firme terminó reconociendo que así era, que no le dolía la tripa y que solo estaba en plan vago. Le dije que eso no se hacía y que estaba fatal lo que había hecho, me pidió perdón y también le pidió perdón a todos los monitores que habían pasado por allí a verle y también a la enfermera por haber estado mintiendo.
Después de este día, las cosas mejoraron un poquillo y empezó a decir que yo era su padre de campamento y aunque siguió haciéndome algunos feos terminamos el campamento llevándonos bastante bien.
La idea de todo esto es que cada uno tiene su forma de ser, da igual que tengas discapacidad o que no la tengas, todos tenemos defectos y es bueno que lo tengamos en cuenta.
Os dejo un vídeo.